¿Puede existir
un trabajo social de calidad sin calidez? Para responder a esta
pregunta definiré primero en esta entrada qué significa calidad en la
profesión del trabajo social.
¿Qué significa calidad del trabajo social?
Existe
un consenso generalizado en el campo de las profesiones (y más
concretamente en el campo de la ética de las profesiones) que establece
la calidad como lo que permite definir qué es un buen profesional. La
calidad sería, por tanto, sinónimo de excelencia profesional.
Y buscar la excelencia solo es posible si una profesión está inmunizada
frente a los males más endémicos de las profesiones, que son la
burocratización, el corporativismo y la endogamia.
Toda
profesión es una actividad social que presta un servicio específico a
la sociedad en que se ejerce, de forma institucionalizada, y que exige
contar con unas aptitudes determinadas para su ejercicio y con un
peculiar interés por la meta que esa actividad concreta persigue. Por
ello, -como advierte A. Cortina-, al ingresar en su profesión, todo
profesional se compromete a perseguir las metas de esa actividad social,
independientemente de los móviles privados o motivaciones personales
para incorporarse a ella. Estas metas sociales son las que otorgan
sentido y legitimidad social al ejercicio de esa profesión,
constituyéndose como bienes internos a ella. Bienes que
ninguna otra profesión puede proporcionar, por lo que sólo la
persecución o logro de dichos bienes puede justificar dicho ejercicio
profesional. Sólo la meta da sentido a la profesión, y sólo cuando los motivos personales o privados concuerdan con esa meta se convierten en razones:
los motivos individuales nunca pueden ser razones legítimas o
convertirse en argumentos que justifiquen la acción profesional si no
tienen por base la exigencia de la meta profesional. Porque, como señala
Adela Cortina (2000), cuando los motivos desplazan a las razones,
cuando la arbitrariedad impera sobre los argumentos legítimos, se
corrompe una profesión y deja de ofrecer los bienes que sólo ella puede
proporcionar y que son indispensables para promover una vida humana
digna. Con lo cual pierde su auténtico sentido y su legitimidad social.
“Por
eso importa revitalizar las profesiones, recordando cuáles son sus
fines legítimos y qué hábitos es preciso desarrollar para alcanzarlos. A
esos hábitos, que llamamos ‘virtudes’, ponían los griegos por nombres ‘aretai’,
‘excelencias’. ‘Excelente’ era para el mundo griego el que destacaba
por respeto a sus compañeros en el buen ejercicio de una actividad.
‘Excelente’ sería aquí el que compite consigo mismo para ofrecer un buen
producto profesional, el que no se conforma con la mediocridad de quien
únicamente aspira a eludir acusaciones legales de negligencia”
(Cortina, 2008, p. 28).
Lo que permite establecer en cada momento y contexto histórico qué caracteriza un “buen” ejercicio profesional es su télos o misión (es decir, su finalidad última). El télos
es la meta, el fin, el objetivo que toda actividad social se propone
alcanzar, sus bienes internos. Esto supone plantearse explícitamente
–tanto a nivel personal-profesional, como colectivo-profesional- la
pregunta acerca de cuál es el “télos” de la actividad profesional, el
fin último de lo que se hace, es decir, ¿para qué sirve el trabajo social? (¿qué pretende lograr el trabajo social con sus prácticas? ¿qué bienes intenta realizar? ¿para quién trabaja y desde dónde?).
Así
pues, sólo quiénes hayan reflexionado con hondura sobre la finalidad de
lo que hacen, podrán realizar un trabajo éticamente cualificado, es
decir, un “buen” trabajo. Dicho en otras palabras, un buen profesional
es aquél que reflexiona sobre el fin de su profesión y se propone
decididamente encarnarlo en su vida profesional. Por lo que todo
trabajador social debe plantearse el télos de su práctica
profesional, la finalidad o misión, el servicio que pretende prestar a
la sociedad al realizarla, el bien intrínseco que pretende realizar con
ella.
El
bien intrínseco sólo se consigue haciendo bien la práctica
correspondiente, por lo que sólo se puede ser un buen profesional,
ejerciendo bien la propia práctica (Bermejo, 1996). Sólo apelando a este
fin puede justificarse o juzgarse si una actuación profesional merece
aprobación o desaprobación ética (Hortal, 1994), y sólo quiénes son
capaces de alcanzar estos bienes intrínsecos pueden ser calificados como
buenos profesionales.
Considerando
las diversas formulaciones que históricamente se han realizado en el
campo profesional del trabajo social, así como las aspiraciones
contenidas en ellas, se propone una formulación tentativa del télos específico del trabajo social:
“Todos
aquéllos que se dedican a esta tarea profesionalmente buscan
últimamente la construcción de una sociedad en la que cada individuo
pueda dar el máximo de sí mismo como persona, de tal modo que su tarea
consistirá tanto en la potenciación de las capacidades propias de los
usuarios para vivir en sociedad como en el intento de remover los
obstáculos sociales que impidan su realización” (Bermejo, 1996, p. 20).
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